Siempre quizás.
Aquí la segunda parte de mi historia. Estoy más emocionada que un niño el día de navidad y el día de su cumple juntos. Espero veros bailar entre los comentarios.
Gracias por leer.
***
Pasaron meses, la volví a ver, el mismo tren, la misma hora,
el mismo vagón; diferente canción, diferente son.
No me extrañó, era exquisita hasta para eso, no podía
escuchar dos días seguidos la misma canción, y al contrario, no podía escuchar
más de una el mismo día. Me asombró. Era especialmente única.
Y aunque el sol
brillara, aunque los pájaros entonaran una dulce melodía, aunque en nuestro
vagón hubiera un bebé sonriente y juguetón; su mirada era otra, una tenue
balada se escapaba de ella, de esas que todos reservamos para un mal día. Me
dolía mirarla, todo en ella era más apagado, atrás quedó su vitalidad, su
fuerza arrolladora. Esta vez para ella el día era gris, ver como eso la
afectaba me destrozaba por dentro. No la conocía, y yo para ella solo era una sombra más del
tren de las doce.
Quería, deseaba, sentarme a su lado, encontrar el valor
suficiente para sentarme a su lado y buscar la chispa que tanto había echado de
menos todas estas semanas. No podía moverme, miedo aterrador, a ella, a su
palidez extrema, a no ser nada a su lado, a ser solo un quizás olvidado.
Al igual que la primera vez, se bajó poco tiempo después,
sin embargo, no hubo salto, sus pies parecían flotar por el suelo, como si ni
siquiera pudieran responder, como algo apagado. El sol se reflejaba en su tan
característica melena mientras despacio se alejaba, pero no cobraba vida. El
azul más triste que nunca mis ojos verán.
Puede, pensé, que la chica del pelo azul solo brille en los
días en los que el resto del mundo necesita un rayo de sol, un rayo de esperanza,
un rayo de ella.
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