Damocles.

Ayer me puse a pensar en cual sería mi mayor miedo, ese irracional, ese que no te deja respirar. Ese miedo que te paraliza, que te encierra en su propia habitación, de paredes tan altas, tan oscuras, que es tan difícil escapar de él, que te consume, te mata lentamente. Lo encuentras en cada una de tus terminaciones, en cada pequeña parte de tu ser, en tu mente, en tu cuerpo, te duele, no puedes casi respirar, no puedes pensar. ¿Cómo salir de él? ¿Cómo escapar?

Me puse a pensar que mi miedo mas irracional es la extrema soledad.

Somos seres de sociedad, y aunque no lo queramos siempre, siempre, estamos acompañados, de una manera u otra, pero nunca solos, nunca.

Y sin embargo todos hemos sentido esa sensación. Esa sensación de no saber a quien acudir, de no saber en quien apoyarte, no sabes quien te rodea. No los sientes, porque tu mismo te sientes solo, te sientes abandonado, ese sentimiento te persigue, te atosiga, en tus sueños, en tus pensamientos del día, y cada vez más entras en esa habitación donde el miedo, te consume. Somos el paradigma de la espada de Damocles, pendiendo de un hilo, sin saber cuando vamos a caer, el peligro es eminente, a la espera. 

Me di cuenta de que es entonces, cuando se cierra la puerta y la luz se apaga, cuando todo se queda en la más absoluta oscuridad, cuando realmente nos damos cuenta de que hay personas que encienden tu luz, que te ayudan a salir de tu propio miedo, sin temor te tienden su mano y te guían hacía fuera.
Esas son las personas que me da miedo perder, las que cuando peor me siento más me demuestran que van a estar ahí, pase lo que pase; las personas para las que los reproches no son más que palabras vacías; las personas que saben ver más allá de tus palabras y entender el verdadero significado.


Cuando creemos que más solos estamos, es cuando las personas que de verdad nos quieren, esas que olvidarían su propio miedo por ti, más nos demuestran que no lo estamos.  

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